martes, septiembre 24, 2013

Después hay silencio: la experiencia musical en los centros de detención durante la dictadura

Utilizada para acompañar sesiones de tortura, la música se convirtió en una de las tantas armas ocupadas por el Estado entre 1973 y 1990 para ejercer violencia en Chile. Pero el canto y la creación musical también fueron mecanismos de supervivencia para las víctimas. Una de las pocas investigadoras en la materia, Katia Chornik, explicó en su reciente visita al país las formas en que el arte se enfrentó al horror.

Somos cinco mil / en esta pequeña parte de la ciudad / somos cinco mil, ¿cuántos seremos en total?”. Así comienza “Estadio Chile”, poema escrito por Víctor Jara durante su detención en 1973 en el recinto que hoy lleva su nombre y que  varios autores han interpretado bajo el título “Canto, qué mal me sales”. Este también es uno de los pocos ejemplos de creaciones firmadas por músicos en campos de detención y de exterminio en dictadura.

Sin embargo, pese a la escasez  de registros de la época, la relación que existió entre música, prisión y tortura aún se mantiene en la memoria de los presos y de los agentes del Estado. Katia Chornik -violinista, musicóloga nacional radicada en Inglaterra y académica dela Universidad de Manchester- se ha dedicado a escarbar en la memoria musical de los involucrados, rearmando un período de la historia sonora de Chile.

Esta investigación cambió el rumbo de mi vida”, admite Chornik cuando recuerda las primeras motivaciones que la llevaron a comenzar sus estudios. Aún dedicada profesionalmente a la música,  la violinista realizó en 2002 un concierto en la Academia Real de Londres,  en el que versionó las obras compuestas o interpretadas en los campos de exterminio del Tercer Reich, además de las obras creadas o comúnmente cantadas por detenidos chilenos en los centros de detención entre 1973 y 1990.

Chornik (en la fotografía) conoció este repertorio gracias a un estudio previo, en el que comparó la experiencia musical de los campos de concentración nazi con los del Chile de Pinochet. Con el paso de los años esta tarea la llevó a dedicarse por completo a la investigación,  entrevistando a sobrevivientes de Tres Álamos, Cuatro Álamos, Chacabuco, Puchuncaví, Irán 3037 –conocido trágicamente como la Venda Sex o La Discotéque, por la programación constante de música popular en el lugar- o Villa Grimaldi, entre otros centros.

Fue así como identificó que “Un millón de amigos” de Roberto Carlos,  “La vaca blanca” popularizada por Los de Colombia, la banda sonora de Wendy Carlos para La Naranja Mecánica  o el concierto de Aranjuez, eran algunas de las piezas que acompañaban las sesiones de tortura.

Los detenidos con los que he conversado admiten que escuchar estas canciones produce en ellos reacciones muy viscerales, sobre todo porque durante las torturas eran repetidas constantemente. Muchos declaran que la música les impedía pensar, reaccionar o los confundía”,  asegura Chornik. No obstante, para la investigadora existe poca claridad sobre la premeditación en el uso de estas obras. Las entrevistas con los presos, además de la conversación con un agente de la DINA-a quien llama por el seudónimo “González-, no le permiten concluir que todas fuesen especialmente seleccionadas para torturar. “La mayoría de las canciones eran éxitos del momento, lo que me lleva a pensar que había una selección ecléctica”, supone. Pero para Chornik el relato de las víctimas confirma la macabra realidad del cautiverio. “Se sabe que había determinadas canciones como “Gigi, el amoroso” (de la cantante italo francesa Dalida) que se tocaban bastante seguidas en Villa Grimaldi. Uno de los testimonios recogidos en mi investigación recuerda que antes de las torturas, los agentes les decían a los presos “ya viene Gigi, el amoroso””, afirma.

CANCIONERO DE RESISTENCIA

El recién pasado 11 de septiembre, un grupo compuesto por quince sobrevivientes, familiares y amigos de detenidos en dictadura se reunieron en Villa Grimaldi para cantar. Juntos entonaron el clásico mexicano “No volveré”, el “Candombe para José” y la balada “Palabras para Julia”. Con esta intervención, los participantes homenajearon a las víctimas de la represión militar, pero también recordaron el cancionero que interpretaba el coro de mujeres formado en Tres Álamos en 1976.

Según Anita Jiménez –detenida en este recinto, profesora de música y líder del coro de la época- gracias a estas canciones las detenidas podían compartir un breve instante de comunión y respirar al aire libre en el patio del lugar. El coro llegó a congregar a más de 100 detenidas.

En Tres Álamos siempre cantábamos, porque era una forma de resistencia y de rebeldía. Por su puesto, todas las canciones eran revisadas por los agentes, ya que no podíamos cantar cualquier cosa. Y cantábamos para recibir a las prisioneras que llegaban, para acompañar a las que se llevaban a los interrogatorios, y para despedir a las que salían en libertad, sin importar las destrezas vocales que se tuvieran”, recuerda Anita sobre esta práctica que se conserva en su memoria después de más de tres décadas.
Katia Chornik
Foto: Universidad Alberto Hurtado

El testimonio de Anita Jota –como es conocida por sus compañeras- es uno de los tantos recogidos por Katia Chornik para las  investigaciones realizadas para la BBC. Apartir de estos relatos, la musicóloga ha concluido que la interacción de los prisioneros a partir del canto les entregaba una oportunidad de cohesión y de ánimo de superación. “A diferencia del recuerdo de los prisioneros sobre la música utilizada en sesiones de tortura o interrogatorios, las escenas de canto o composición son rememoradas como algo muy noble, positivo, que les ayudaba a superar la traumática realidad del día a día”, dice Chornik.


Además del canto, la composición al interior de los centros dela DINAtambién es parte del paisaje sonoro que Chornik busca rearmar. Aparte del poema de Víctor Jara recuperado por cantantes luego de conocido su asesinato, la académica reconoce el trabajo del cantautor Sergio Vesely, quien comenzó a componer en Puchuncaví o la conocida obra “La pasión según San Juan, Oratorio de Navidad” compuesta por Ángel Parra en Chacabuco.

CONTRA EL TIEMPO

Cuando Anita Jota recuerda detalles del coro de presas de Tres Álamos en su memoria aparecen las escenas que compartió con aquel grupo de mujeres que no superaba los treinta años de edad. Anita sabe que este recuerdo no sobrevivirá por mucho tiempo.
Katia Chornik  también es consciente de la necesidad de recuperar estas historias lo antes posible. Su actual proyecto de investigación “Sonidos de la memoria: Música y presidio político en el Chile de Pinochet” busca superar el paso del tiempo, incorporando en los relatos la voz de los agentes represores.

Este nuevo proyecto se basa principalmente en entrevistas con las víctimas pero además incorpora otro tipo de fuentes, incluidos ex funcionarios de la DINA y CNI, profesionales del Comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad y las comisiones Valech, y especialistas en atención de salud mental para víctimas de violaciones a los Derechos Humanos. No sé si eso es algo que podría haber hecho hace diez años atrás. Hoy, después de cuarenta años, la gente está más dispuesta a hablar y yo también me siento más competente para continuar con esta investigación”, dice.

Esta es una tarea que está abierta a todos los que se quieran sumar. Es de esperar que más musicólogos, periodistas o sociólogos que estén interesados por la música lo tomen. Lo más importante es centrarse en el qué; en qué pasó. Hay material muy valioso que aún se puede recolectar”, concluye.


Respecto a los próximos pasos de su investigación, Chornik destaca la importancia de difundir el material recopilado a través de la creación de una base de datos en línea con las canciones que se cantaban o escuchaban en los presidios, incluyendo testimonios de las víctimas para cada obra.


Publicado en El Ciudadano (versión digital).

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miércoles, septiembre 18, 2013

La épica pobre de Corderolobo




No es un músico profesional, tampoco es un escritor, lo suyo no es la ilustración y dentro de sus planes no está alcanzar la popularidad.  Sin embargo, Carlos Vargas se da el tiempo de responder esta entrevista como una estrella del pop, escribe canciones hace años y ha editado dos discos que se disfrutan como un libro de cuentos e ilustraciones. Así es Corderolobo, su proyecto multiforme en el que combina literatura, música y un  incombustible afán por la creación.

Cuesta saber qué o quién se esconde detrás de Corderolobo, pero no porque se  nos oculte información. El entrevistado, sabemos, es Carlos Vargas, ingeniero civil industrial de profesión, ex Yupisatam, y autor de los discos de pop inclasificable “Desastres naturales y mañana en la mañana” (2013) y “Corderolobo” (2011).

Pero la historia no es tan simple.

Vargas no se siente cómodo con la figura de solista, ni sus discos responden al formato tradicional. Ambas producciones han contado con la participación de diversos invitados y se han publicado como libros ilustrados por Ricardo Villavicencio. Además, su última placa recoge  diez cuentos escritos, entre otros, por Gonzalo Planet (Matorral) o  Rodrigo Jarque (Inverness).

Es muy interesante que en tu último disco cada canción esté acompañada por un relato breve. Da la impresión que cada canción se puede leer también. ¿Cómo fue que llegaste a esa idea?

Alguien importante en esta historia es Ricardo Villavicencio, último baterista de Yupisatam e ilustrador del material que acompaña a los discos. Villavicencio es un integrante más de Corderolobo y junto a él me cuestioné qué hacer para “Desastres naturales…”.  En algún momento pensamos en hacer un vinilo y quizá incorporar una especie de afiche, pero igual llegamos al libro de nuevo, aunque siempre pensando en que no queríamos repetir la misma fórmula del primer álbum. Así tomé la decisión de sumar cuentos, básicamente porque me gustan los cuentos, y Ricardo enganchó al tiro sumando las imágenes.

“Desastres naturales…” podría ser un libro, pero no es autónomo, se completa con el disco. No podrían ser independientes lo uno de lo otro.

Teníamos la duda de cómo hacer que el libro no pareciera un adorno del disco, porque pensamos que libro y disco son un conjunto. A nuestro juicio no es una opción pensar las canciones solas.  Y la verdad es que mirándolo así hay una cuota de pretensión que en algún momento me hizo dudar, pero tampoco me puedo hacer cargo de que este trabajo sea mirado como algo pretencioso. Para bien o para mal, “Desastres naturales…”está pensado como un todo.

Es como leer una canción, escuchar una canción y mirar una canción.

De hecho, los cuentos están pensados a raíz de las canciones. A algunas de las personas que invité a escribir las conocía, a otras no tanto, y no les mandé las canciones terminadas, sino que sólo las letras, para que ellos eligieran la letra que les gustaran y luego escucharan las canciones. Coincidió que todos eligieron canciones diferentes para escribir los relatos. Y la relación entre los cuentos y la letra era responsabilidad de cada autor. Luego las ilustraciones se hicieron en base a la música.  Y el resultado fue bien impresionante. Algunos cuentos son casi antagonistas de las cancións. Por ejemplo, “Gente que se convierte en fuegos artificiales”, es una canción totalmente diferente al cuento.

Esa forma de experimentar el disco es bien compleja, incluso si se piensa en términos comerciales. ¿Nunca consideraste hacer algo más simple para que el público lo recibiera más fácilmente?

Es que no pretendo para nada desestabilizar la industria o algo parecido con este disco. Hay que pensar que estamos en el año 2013. Yo no tengo contratos por disco, no tengo obligaciones comerciales, así que hago uso de esa libertad. Ahora, hacer un trabajo así es mucha pega. Se podría decir que soy un experto en meterme en problemas, pero lo veo como una inversión. Vivo para esto, y no lo digo desde un punto de vista artístico, sino que creo que tengo una deformación: no sabría cómo hacer las cosas de otra manera. Organizar todo es un dilema, es verdad, siempre se está en el medio de un ensayo error, pero en comparación a mi primer disco, siento que esta vez  todo se logró de mejor manera.

¿Pero dónde queda la ambición de avanzar en niveles de producción y alcance de público?

Pienso que todo esto de las canciones, los cuentos, las ilustraciones, se podrían hacer en mi casa, para callado, subiéndolo a internet  y listo. Lo que viene después es lo que me complica, considerando los temas de promoción, difusión, etc.  No sé si fue Gepe u otro que dijo que  las bandas de ahora eran una mezcla de diseño o marketing. Eso es verdad. Y sobre la ambición… No lo sé, no estoy tan seguro de querer llegar a más gente, por ejemplo. Quizá soy un poco auto flagelante a la hora de hacer las cosas y siempre estoy con pudor sobre lo que estoy haciendo. Lo otro es muy relativo, porque además ya tengo 34 años y no sé si mis expectativas apuntan hacia esas cosas.  Si no llegara  a pasar el conseguir más popularidad o avanzar en esto, siento que no perdería nada, porque no tengo el ego puesto en eso. Y no se trata de pensar que lo mío es de élite, para nada;  sé que existe algo de vanidad en todo esto, por algo me subo a un escenario, y sin ser muy esotérico, lo que me gusta más es ese feedback de energía. Además yo tengo un trabajo de oficina, diario, que no sé si dejaría. A ver…tampoco se trata de tener un trabajo normal y además ser Corderolobo. No es que tenga dos personalidades o que esto sea un personaje. Ambas cosas son un trabajo y ambas cosas trato de hacerlas con gusto. 

Leyendo  canciones

¿En comparación a tu disco anterior, cómo crees que ha evolucionado tu perspectiva sobre el formato canción?

Creo que he tenido una evolución estilística respecto a la canción, sobre todo componiendo, que es lo que más me acerca a la música. Creo que antes no tenía mucha conciencia sobre las letras, todo era más emocional. Pero con “Desastres naturales…” llegué a canciones con las que consigo algo más gráfico, algo más de imágenes. Por eso creo que es un disco más épico. Aunque épico pobre, quizá, porque veía las canciones como pequeñas operas. “Volcanes y lagos”, por ejemplo, es una canción que me imaginaba gráficamente. Todo es más visual en este disco, de ahí la importancia de las ilustraciones.

¿Y en el caso de las temáticas que abordas en las canciones?

Durante este período entre un disco y otro también me han pasado cosas súper raras. Tuve una hija y me detectaron una enfermedad autoinmune, además de otros problemas de amigos. Pasé de ser un tipo normal a un hombre que se tienen que sacar sangre día por medio. De un minuto a otro mi sistema inmune se desconfiguró y cagué. Pero el disco no se trata de eso.  El disco no se trata de mí, no se trata de los problemas que me han pasado, sino que se trata de lo que provocan algunos hechos en la vida.

Pero la mayoría  de esas canciones hablan de escenas o de situaciones más bien personales, son bien fragmentadas. ¿En qué punto crees que tus canciones superaran esa anécdota personal para hablar de algo más general, social o político?

Es que pienso que “Desastres naturales…” no es un disco hecho viendo las noticias, como se decía hace un tiempo del disco de Ases Falsos. Por supuesto que me interesa hablar de la sociedad, pero no de lo que salió ayer en las noticias, porque evidentemente las noticias son parte de una mierda que es muy obvia. Lo peor de todo no es el Presidente, ni Longueira, ni Chilevisión. No es que vivamos en un modelo de consumismo, vivimos en una sociedad de consumismo, en la que la música está metida a full, tanto como la salud, la educación o todo.  En Chile la música está concebida como parte del entretenimiento y no como parte de la cultura. Y me parece que en general los músicos están tratando de conseguir una validación institucional que no me llama la atención.  Por eso prefiero dedicarme a publicar un disco que parece libro  o a componer las  canciones que compongo, porque ahí se refleja una forma particular de mirar la vida.

Parece que el músico al final siempre está en esa frontera a la hora de pensar en la canción y la política. Como si  tuviese una responsabilidad a la hora de publicar un disco: no hablar de nada o intentar hablar de todo.

Por mi parte me sitúo en un rincón más raro. No en el grupo de músicos que sólo habla de música, ni en otro que está mirando las noticias para escribir canciones. Creo que tengo más rollos en la cabeza, y siento que no tengo una responsabilidad. Me identifico más con la imagen del autor que tiene visiones particulares sobre las cosas y ese es mi aporte, porque inevitablemente se dicen cosas y se toman posturas.  Además, la obra siempre es diferente a la persona. También es cierto que es muy difícil no dejarte influenciar por el contexto o por la época que te tocó vivir. Pero en mi caso me llama la atención el tema del bien y el mal, las catástrofes y las vivencias o experiencias de cada individuo. No sé… Escribir, por ejemplo, una canción diciendo que los de la UDI están locos es tan obvio que no puedo sentarme y escribir algo así.  No sé, cuando me preguntan por qué la gente está enojada yo no puedo responder eso, porque yo mismo soy parte de la gente. No necesito hablar de los demás poniéndome en una posición distinta. No me interesa la demagogia. Y creo que las personas también están súper subestimadas.

Entrevista publicada en Paniko.cl



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martes, agosto 27, 2013

Dënver - Fuera de campo


Mantener una ficción que mezcle inocencia, ambigüedad, enamoramientos y melancolía es un desafío que Dënver reprueba en su tercer trabajo “Fuera de campo” (Independiente, 2013). Porque si anteriormente el dúo pop formado por Mariana Montenegro y Milton Mahan había demostrado con gracia que podía juguetear con  la perversión y el romanticismo, hoy la pareja se escucha perdida entre una producción musical irregular y un empobrecido anecdotario, baches que terminan por opacar casi la totalidad de un disco que debía superar a su brillante antecesor, “Música, gramática, gimnasia” (Cazador, 2010).    

Y es que la falta de un concepto que sostenga estas diez canciones es lo que más le pesa a la dupla, pues durante los casi cincuenta minutos de la placa las motivaciones de Montenegro y Mahan parecen apuntar en sentidos contrarios. Es Montenegro quien sobresale con madurez como protagoniza de  “Las Fuerzas”,  “Medio mal” y “Medio Loca (hasta el bikini me estorba)”, tres piezas impecables, adornadas por pertinentes orquestaciones, percusiones y sutiles decorados electrónicos, en donde se rondan temáticas amorosas desde una perspectiva simple y directa. Son estos momentos en los que Dënver consigue cuajar  un pop cautivador, a la altura de una banda que intenta demostrar el crecimiento de sus composiciones y de un estilo que trata de despegarse de la fachada edulcorada de sus primeros años.

Lamentablemente, el grueso del álbum es desaprovechado  por Mahan en canciones recargadísimas de cuerdas y vientos como “Tu peor rival”, “Revista de gimnasia”, “Torneo local” -recuperada del repertorio primigenio del dúo en una versión desencajada y desechable- o la arrebatada “El árbol magnético ataca por sorpresa”. No obstante, el cantante consigue alcanzar ciertos grados de lucidez en “Concentración de campos” junto a Cristóbal Briceño como invitado en un emotivo dueto que se sobrepone a la precaria base electrónica que lo sustenta y al agregado de electricidad que lo remata.


Al no encajar las piezas, “Fuera de campo” no sólo se escucha como un pastiche de la caricatura de Dënver –esa banda obsesionada con lo deportivo y erótico (“Revista de gimnasia”), que no tiene pudor  de sonar españolada (“Profundidad de campo”) y que se puede acercar a lo siniestro si se lo propone (“Mejor más allá)-, sino también como un disco sin grandes direcciones y sin ideas. Y el agotamiento prematuro de éstas,  en una banda tan joven, es un síntoma muy poco auspicioso. 

Esta crítica fue publicada en "El Ciudadano" impreso, agosto 2013.

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Ivo Vidal - Trabajos para combatir la dislalia


Catalogar este trabajo como un disco conceptual, o siquiera denominarlo disco, no sería preciso. Inclinarse por ubicarlo en el plano preformativo podría ser más útil, pero tampoco lograría definir con precisión lo realizado por el artista Ivo Vidal en esta híbrida producción. “Trabajos para combatir la dislalia” (Michita Rex, 2013) más bien se percibe en tanto pieza de intervención y registro, en la que el autor explora los límites de la manipulación de su voz, y  en la que palpita un abrumador cuestionamiento sobre la norma y el control.

Tomando como referente los ejercicios pedagógicos que intentan superar la errática pronunciación de fonemas (dislalia), Ivo Vidal recita fábulas y repite sonidos  del lenguaje hablado (/l/, /r/, /s/, entre otros) para ejemplificar la correcta pronunciación de las palabras. Al hacerlo, aparece la voz como único soporte para la expresión del mensaje; no hay aquí instrumentación ni acompañamientos que puedan nutrir la narración de Vidal, salvo la utilización de sonido ambiente y algún ajuste digital de ecos y efectos. Es el autor el que cubre todos los espacios de la obra en un ejercicio vocal hipnótico y que se sostiene por casi cuarenta minutos.

Correr el riesgo de presentar una grabación desnuda no tendría sentido si no se considera esta entrega como una relectura de las tradicionales herramientas correctivas en la enseñanza temprana, con Vidal interpretando al agente formativo en los ocho títulos que dar cuerpo al disco/libro. En ese rol, expresa una interesante alteración de un instructivo “pedagógico”, dispositivo que apunta al disciplinamiento del lenguaje, y por ende, de la identidad. Y al recitarlo, grabarlo y manipularlo, el artista da cuenta del reverso sádico de la instrucción.


Por todo lo anterior, “Trabajos…”  es un caso aislado en el panorama actual de publicaciones musicales o sonoras. Una expresión más que nos recuerda que la canción que enfrenta al poder, la que se podría calificar como canción política, actualmente está sucediendo en los márgenes y a través de la experimentación.

Esta crítica fue publicada en "El Ciudadano" impreso, agosto 2013

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viernes, junio 21, 2013

La Bella Violencia - Pedida


Dos piezas sonoras le bastan al músico y artista visual Iñaki Muñoz para volver a remecer al oyente. El autor, que ya había demostrado sus capacidades bajo el seudónimo  Universo Error de Ahorcarte y el estremecedor trabajo de 2011 para el sello nacional Jacobino Discos, “Observatorio/Colmillos/Garras/Caparazones/Pelaje/Manchas/Trinchera y Melancolía”,  regresa con un nuevo seudónimo, La Bella Violencia, y el disco “Pedida” (Pueblo Nuevo, 2013), obra que sigue la línea de la experimentación electrónica del anterior trabajo de Muñoz, pero que desde un ángulo aún más cerrado  logra detonar un intenso vórtice sonoro.

“El Jardín de las bicicletas incorregibles” y “Error existen varias copias del efecto” son las canciones que sostienen a esta producción en poco menos de media hora. Ambas parecen registros opuestos; mientras la primera se nutre de la grabación de los sonidos que genera una bicicleta en mal estado, la segunda ahonda en las alarmas de errores de Windows. Sin embargo, la reproducción de escenas mundanas –el mal estado de un vehículo cualquiera y las fallas de un sistema operativo tradicional- adquieren un carácter nuevo bajo la lupa de La Bella Violencia. Como si se tratara de una disección, Muñoz desenreda sampleos de cadenas, pedales y alertas computacionales, pero también añade improvisación y secuencias en un ejercicio de composición particular de ambient.

Pero el impacto auditivo de “Pedida” escapa a las evocaciones que pueda generar la manipulación de efectos electrónicos. El potencial de un disco como éste radica en la construcción de un mensaje indirecto sobre la realidad, un espejeo siempre fracturado sobre el entorno. Así, “El jardín…” destaca desde su inicio por el dramatismo que cargan los silencios y ruidos que se van mezclando con los samples de un objeto que en algún segundo podemos reconocer –¿es de verdad un bicicleta?- y por la atmósfera lúgubre que Muñoz entrega a un instante finito, irrelevante, pero que puede poseer la carga de una abrumadora pesadilla diaria, palpitante, omnipresente. Y por su parte,  “Error existen…” supera la anécdota  glitch para jugar con la idea de la falla como defecto y también como única oportunidad de subversión.


Perturbador, el final del disco invita al oyente a seguir esperando más interpretaciones sobre lo cotidiano. Pero las pistas no llegan y la experiencia musical se completa con la falta. Y esa es la mayor gracia de la nueva aventura de Muñoz.

Esta crítica fue publicada en El Ciudadano (impreso, junio 2013)

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jueves, abril 25, 2013

Cadenasso - Un ejercicio


Después de sorprender con su primer registro al margen de Matorral, “El movimiento” (2009), Felipe Cadenasso vuelve a abrir una atractiva senda en su carrera en solitario con “Un ejercicio” (2013),  placa que lo confirma como una voz particular dentro de la precaria y desarticulada generación de cantautores nacionales que en los últimos cinco años ha intentado –con resultados menos afortunados en algunos casos- madurar un sonido personal. Una sólida calidad interpretativa, sus evidentes dotes como productor, además de una original poesía, hacen de él un ejemplo extraño, pues con una propuesta casi lúgubre es capaz de proponer un sutil modelo de acción y cambio en el entorno.

La nutrida carta de sonidos y las escenas que narra “Un ejercicio” dan cuenta de estas intensiones. Al acompañamiento de timbales se entrelaza un agudo violín, pero también de guitarras y cantos solemnes se cuelgan sintetizadores, cuerdas, vientos y registros de ambiente que unifican una atmósfera ensombrecida, que supera holgadamente la etiqueta rock. Asimismo, la densidad de estas diez canciones se reparte bien en los versos de Cadenasso, quien no se espanta ante las huellas del terreno nacional –ahí están las referencias al Metro, a Antofagasta, a la Alameda, a la Mistral- para transitar por la desilusión en la plegaria “La Trampa”;  jugar con el espanto en “De improviso” o buscar nuevos lenguajes en “La Puerta”, canción en donde parece pasmado ante la aceptada normalidad. “Ni una sola vez se les ocurrió dar un salto en la oscuridad”, entona.

Este imaginario se concentra en dos momentos claves del disco: “Aprendiz” y “Un ejercicio”. En la primera canción, un piano revela a un sujeto que mira con distancia al maestro y que está dispuesto a viajar “a donde nadie quiere ir”; mientras, en la segunda, un silbido guía la búsqueda de esas nuevas prácticas  (siempre personales, microscópicas) que son capaces de modificar la intimidad. Esta perspectiva se sostiene a lo largo del disco, en una reflexión evidente sobre el peso de la racionalidad, el orden y los objetivos rutinarios del mercado.

En consecuencia, y por lograr activar el formato canción como un dispositivo de cuestionamiento, “Un ejercicio” es una pieza necesaria en el panorama musical actual. Un remezón que le viene como anillo al dedo a una generación sobre poblada de eternos adolescentes. 

Esta crítica fue publicada en El Ciudadano (impreso, abril 2013).

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miércoles, marzo 06, 2013

Entrevista a Gustavo Álvarez Núñez, biógrafo de Daniel Melero



“A Melero lo buscamos porque sabemos que nada será igual después”


Preguntar a quien hizo las preguntas. Así se podría resumir cualquier intento por acercarnos al autor de una biografía. Seguir las huellas que otro ya recorrió. Así se podría resumir también esta entrevista a Gustavo Álvarez Núñez, periodista detrás de “Ahora, antes y después” (Derivas, 2012), libro que recoge la historia del músico trasandino  Daniel Melero (1958) desde su infancia, adolescencia y diferentes etapas de su carrera como compositor, productor y solista hasta el año 2001. Una biografía que ocupa la primera persona para que sea Melero quien reflexiones respecto al porno, la ciencia, se detenga en la trastienda de su obra y se divida en comentarios sobre clásicos como Charly García o Luis Alberto Spinetta.

Es también una biografía en donde Melero se reconoce a sí mismo como un creador atípico.  “Mucho más que un músico en el sentido clásico, soy un oyente que llegó a manejar instrumentos musicales. El tiempo que otros pasaron estudiando música, yo lo pasé oyendo discos. Más que formación diría que tengo información”, declara el autor de “Trátame suavemente” en el retrato firmado por Álvarez Núñez.

Ex director editorial  de  Los Inrockuptibles, integrante de la desaparecida banda Spleen, poeta y autor del volumen de relatos “Vidas epifánicas” (Mansalva), Álvarez Núñez es seguidor de Melero desde la época en que el trasandino acaparaba las miradas como líder de Los Encargados, y gracias a una relación que se remonta a más de  dos décadas es un conocedor de la historia oficial de Melero, pero también de la cara menos popular de una figura mil veces mitificada.
 
Una de las primeras entrevistas que hice en Los Inrockuptibles fue a Daniel. La realizamos con otro colaborador de la revista, Hernán Ferreirós. Los tres la pasamos muy bien charlando de discos, mujeres, ciencia, pornografía, televisión y un largo etc. Así se fue dando un vínculo. Hernán le iba a armar el sitio web a Melero -que nunca se terminó de plasmar- y ahí es donde yo encontré el vórtice para el libro, porque Daniel quería que le escriba el texto biográfico del sitio”, recuerda Álvarez Núñez sobre el origen de “Ahora, antes y después”.

Melero es el entrevistado que todo periodista novato desea. Te puede construir un gran reportaje sin que vos emitas muchas palabras. Fue muy sencillo trabajar con Daniel”, admite sobre una biografía que no llegó a las tiendas hasta el año pasado. “El libro se editó después de casi diez años en que fue concebido. Pasó por miles de avatares, como la misma realidad argentina”, resume sobre el retraso en la publicación del texto.

¿Qué tan complejo fue decidir que las conversaciones  con Daniel Melero se podían transformar en una biografía?

No tengo en claro si es una biografía o una autobiografía, como sugirió Rafael Cippolini en la presentación del libro. Sabemos que habla la voz de un Daniel Melero que rememora y a veces sentencia. En todo caso, no tuve la intención de escribir una biografía, sino trazar las puntas del iceberg que es el pensamiento de Melero. Bucear lo más que se podía en el modo en cómo piensa, ese fue mi objetivo. En cuanto al género como lector, soy poco asiduo. En verdad me gusta más la ficción biográfica, la posibilidad que tiene un escritor de usar su vida como experiencia biográfica. Por eso escribí Vidas epifánicas, un libro de relatos a partir de epifanías de músicos (desde Brian Eno y Keith Richards a Miles Davis, y Lee “Scratch” Perry), escritores (Paulo Leminski, José Hernández, Lucio V. Mansilla, Clarice Lispector) o actores, para sondear en esos momentos cruciales donde alguien elige su lugar en la vida.

La realización de un texto biográfico implica crear una mitología de la identidad. Con esta biografía, hasta qué punto te interesaba –o te interesa- mantener mitos,  destruir o crear nuevos mitos asociados a la figura de Melero.

Daniel dice que yo mostré la bestia que hay en él. Que el Melero conocido estaba inequívocamente asociado a una persona con un discurso ilustrado. Y que “Ahora, Antes y Después” vino a subvertir esa imagen. Mi intención era mostrar un Melero más cotidiano, o por lo menos, el que yo conocía detrás de bambalinas.

En ese sentido, cómo observas el efecto que puede tener un texto de esta naturaleza en el público, si pensamos que veces es mejor nunca conocer tanto a los ídolos.

Algo que siempre es paradójico en cuanto a la recepción de la obra y a la influencia de Melero, es que mucha gente es más permeable a su discurso que a su producción musical. Y si toda biografía muestra lugares escatológicos o peligrosamente custodiados del sujeto en cuestión, en “Ahora, Antes y Después” casi todo está puesto en la superficie. Paul Valery decía que “lo más profundo del hombre es la piel”… No busqué ni me esmeré en husmear los típicos aspectos biográficos, sino que me zambullí en todo lo relativo a la formación, desarrollo y concreción de una estructura de pensamiento muy particular y valiosa.

En el texto aparece el pensamiento de Melero fragmentado y mezclado con sus propios recuerdos biográficos. Hasta se podría mirar como una autobiografía teórica, pero se trata de un recurso que tú elegiste, al restarte como entrevistador.  ¿Por qué decidiste apostar por desaparecer como el biógrafo de Melero?

Tenía en la cabeza textos como El libro del desasosiego del poeta Fernando Pessoa o Minima moralia del filósofo Theodor Adorno. Me gustaba la idea de que el lector entre por cualquier lugar y encuentre algo que lo colme. Que no haya raíz, ni un abajo ni un arriba. Esto acompañaba mi visión del lugar de Melero en el rock argentino: parece venir de ningún lugar. O es un extraterrestre, como creyeron sus amiguitos del club cuando tenía 12 años*.

Melero + Álvarez Núñez


Es muy interesante la aclaración que haces al inicio el texto, cuando explicas que la época que retrata el libro es pre “Vaquero”(Melero, 2001), pre “Jessico” (Babasonicos, 2001) pre  tragedia Cromañón, es decir, antes de la última crisis argentina, pero también antes de myspace y el auge de Internet como lo conocemos. ¿Crees que estos sucesos políticos y culturales han definido un nuevo pensamiento en Melero? Hablo de uno distinto; de haber cambiado, ¿existiría una suerte de “segundo Melero” que quedaría por conocer?

En varias oportunidades él ha insistido con que hace falta una versión 2.0 de esta biografía. Conociéndolo, más que cambiar, ha ahondado en sus percepciones e intuiciones. Melero es siempre de la observación de lo mínimo; rescata cómo procede lo máximo. Ese movimiento es capital en su abordaje de la realidad. Lo importante es su matriz que le proporciona una sutileza única a la hora de inmiscuirse en problemáticas nuevas. En zonas donde otros se encuentran con un lodazal, él sólo se topa con diamantes en bruto. No creo que Melero haya cambiado en lo estructural desde que tuvimos aquellas conversaciones a fines de los años 90, sino que ha profundizado en conocimientos que siempre le han atraído. Antes podía ser la bioética, hoy el mundo de los insectos. Y me parece interesante que en esas búsquedas, hay detrás una transpolación interesante al mundo del rock. A cómo nos movemos, cómo generamos o no cambios…

En el prólogo del libro, Diego Tuñón –tecladista de Babasónicos- refuerza la imagen del Melero líder y acogedor cuando dice: “En la actualidad sabe exactamente los discos que salen, qué bandas escuchar (…) por eso los grupos nuevos todo el tiempo recurren a él”. Sin embargo, es Melero el que admite en el texto que es él quien busca a los nuevos  para interactuar con ideas frescas. ¿Cómo observas tú estas figuras, la del Melero tótem y la del Melero siempre deseoso de aprender del presente?

A Melero lo buscamos porque sabemos que nada será igual después. El tipo tiene la lámpara de Aladino. Pero no esperamos que broten nuevos objetos, sino vérnoslas con nuestros propios miedos a cambiar; o cómo hacer de nuestras inseguridades un campo fértil para potenciar lo desconocido. La mejor lección de Melero es como la del maestro zen: el cambio sólo se da yendo hacia el cambio.

En el inicio del libro tú declaras sobre Melero: “su música, su presencia y su discurso potenciaron más debates y escándalos que muchos de sus colegas, proponiéndoselo, no lograron ni por asomo”. Con eso te refieres a la dimensión política de su obra. ¿Podrías precisar más en qué sentido Melero encara el poder? ¿Según tú, en dónde aparecen esos debates y esas manifestaciones?

Pienso en el Melero del (Festival) BARock 82, poniendo en conflicto la idea de qué era ser rockero en ese comienzo de década: si aceptar el paso del tiempo y las transformaciones que se habían llevado a cabo -por eso su grupo, Los Encargados, tocaba con máquinas-, o seguir insistiendo con la fotocopia anacrónica del rockero hippón. Después, acompañando a grupos que apostaban por sonidos menos establecidos, transformándose en “vocero” de las nuevas tendencias, desde su incursión en la producción en los años 80 y luego en los 90 a su cuidada trayectoria solista. Y llevando a Soda Stereo -en su estadía como cuarto integrante- a redefinir su paleta sonora, rescatando influencias de los años 70 del rock argentino con “Canción animal” (1990), o inmiscuyéndose en texturas y capas de sonido novedosas como fue “Dynamo” (1992); corriendo así el límite de lo que se espera de Soda.

Además, desaprovechar oportunidades comerciales ha sido una constante en su trayectoria. No hay nada más político que desoír a las sirenas del vil metal. Discos como “Operación escuchar” (1995), claramente entroncan con una mirada crítica sobre el mercado, sobre cómo operar en el mercado. Su lucha con el poder está más vinculada a la microfísica del poder foucaultiano: inmiscuirse en luchas pequeñas y puntuales, para leer desde allí algo mayor. En pleno auge de la música electrónica, lanza un disco como “Piano” (1999), donde caben nada más su voz y el acompañamiento de Diego Vainer en el piano. Esa indagación en el conflicto es propio de su lugar político en un universo como el rock, más atento a los eslóganes y los discursos básicos.

El capítulo del libro “Las piezas del museo” es muy interesante, porque es Melero refiriéndose a los grandes nombres del rock argentino, criticando a unos y declarándose seguidor de otros. ¿En donde ubicas a Melero dentro de este panorama? ¿Si no es parte del museo, en dónde está Melero?

Melero sería la galería de arte chiquita, donde descubrís los artistas del mañana. Nunca será un museo de cera ni pretenderá ser una retrospectiva masiva, sino el incunable que espera su lector.

Hacia las últimas páginas del libro aparece un Melero muy interesado en la ciencia y algo decepcionado del arte. “El arte, como mecanismo de cambio, está agotado”, sostiene. ¿En qué medida esa sentencia se puede vincular a su propia obra? ¿Crees que aún se sostiene Melero como creador o su fuerza provocadora y revolucionaria de fines de la década pasada ya desapareció?

Lo que me interesa del último Melero es su desparpajo por incluirse y transmutarse en otros: el trabajo que lleva a cabo con su grupo de los últimos tiempos, en el vínculo que tiene con Yuliano Acri, Félix Cristiani y Tomás Barry, por ejemplo,  es la de un hombre que desea seguir investigando y poniendo en conflicto sus certezas. Además, ha logrado convertirse en un clásico sin necesidad de ser un mármol viviente. Digo, puede vivir y hacer del error un paso más en el insondable camino hacia la belleza.


Esta entrevista fue publicada en LuchaLibro

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viernes, enero 18, 2013

Como asesinar a Felipes - Comenzará de nuevo




En tiempos donde lo que se conoció –e ingenuamente se sigue calificando- como “la nueva generación de músicos nacionales” ya está absorbida  por festivales y mercados, Como Asesinar a Felipes parece una excepción a la regla de esta estandarización. Son populares, editan con mayor regularidad que la mayoría de sus contemporáneos y gozan reconocimiento dentro y fuera de Chile por su particular entrega de oscuro hip hop; sin embargo, CAF ha logrado lo que casi ninguno de sus compañeros se propuso: madurar una narrativa propia, en donde abunda el rechazo y el  cuestionamiento. “Comenzará de nuevo”, la cuarta producción de la banda en cinco años, es una buena muestra de aquello.

Recurriendo a sólo seis canciones, CAF despliega en este disco poco más de treinta minutos marcados por la ira y la provocación. Cada corte ronda el lema del grupo –“matar a la música linda”- y también vuelven a aparecer los samples de películas, entrevistas o discursos que enriquecen esa atmósfera de cine negro que ya es un clásico del quinteto. No obstante, en esta oportunidad, la excelente mezcla de batería, bajo, piano y electrónica se sumerge en una búsqueda por romper su propio sonido. Canciones como “De doble filo”, “Siempre será lo mismo” o “El recurso popular más válido” entregan nuevos aires a una banda que es conducida  por un rapero –Koala Contreras-, pero que sigue demostrando su inclinación por la experimentación y los márgenes del rock al unir distorsiones con trompetas, bombo, platillos y arreglos digitales.

También el discurso de CAF presenta sutiles cambios. Por ejemplo, gran parte del álbum está dedicado a un debate interior. Así, las rimas de Contreras esta vez no sólo salpican a las instituciones, sino que también ensucian el reflejo de un sujeto que se reconoce desbordado. Resulta interesante este doble tiroteo, pues propone una necesaria reflexión sobre  el despliegue del poder, la lucha “del hombre contra el hombre” y el lugar que ocupamos frente a la norma.  

En consecuencia, “Comenzará de nuevo” es otra estupenda muestra del trabajo de una de las pocas agrupaciones locales que se olvida de la anécdota vacía  sobre los partidos políticos y el descontento. Aquí no aparecen escenas de marchas ni reclamos, ni adultos jugando a ser jóvenes eternos, ni ladridos, ni gritos en contra de los ricos empresarios gobernantes. Como Asesinar a Felipes sube un poco la mirada para jugar con el lenguaje y el sonido y así   inquietarnos sobre esa violencia dominante que escapa a nuestra percepción más cotidiana y que, bajo ninguna circunstancia, es tema de interés para los rostros musicales del último tiempo.

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