miércoles, noviembre 30, 2011

Alex Anwandter – Rebeldes


Nuevo disco de Alex Anwandter en poco más de un año y la pregunta cae de cajón: ¿era necesario? Después de terminar con Teleradio Donoso y renacer como Odisea en mayo de 2010, el cantante ahora borra con el codo lo firmado con ese seudónimo para recuperar su nombre y  volver con Rebeldes (2011). El resultado de esta jugada es un trabajo prematuro y poco agraciado, una placa que marca un enorme retroceso en la carrera del cantante y que deja un mal sabor a causa de  las mortales referencias a otros artistas de su generación, voces que eclipsan lo que se intuye como la supuesta guinda de la torta del reciente pop nacional.

A primera vista  hay una cuota de sencillez que resalta en Rebeldes, sobre todo si se le compara con el sofocante estilo electrónico de Odisea, el anterior registro de Anwandter. A diferencia de ese álbum –en donde todo parecía ultra calculado y manipulado-, las nueve canciones de este retorno mezclan programaciones electrónicas con instrumentos tradicionales (guitarras, piano, bajo, batería), haciendo que el electropop del chileno se transforme en pop simple y sin espacios para la experimentación. Aquí no hay composiciones eternas ni letras enigmáticas, rasgos que abundaban en su disco del año pasado. No obstante, al optar por reducir la complejidad de su nuevo repertorio, Anwandter termina dando palos de ciego, confundiendo la claridad y la inmediatez propias del pop con la comodidad y la reproducción de estilos ajenos. 

Un reparo básico es el ordenamiento de las canciones. En Rebeldes los cortes más bailables son seguidos por baladas, salvo en los últimos minutos cuando aparece “Fin de semana en el cielo”, un incomprensible arranque melodramático que desentona con el resto de las pistas. Es obvio que al agrupar las canciones de esta manera se busca guiar al auditor por momentos altos y bajos –en  una especie de vaivén sonoro que define la estructura final del disco-, pero la separación es tan radical que termina por  entrelazar a la fuerza las composiciones de Anwandter.

Pero Rebeldes cae en otro grave error: piratear referentes demasiado evidentes (y cercanos) como pasar inadvertidos. Por ejemplo, en “Cómo puedes vivir contigo mismo”, el guiño a Technotronic es tan descarado que ni siquiera puede ser tomado en serio. Sin embargo, el remate de esta misma canción es aún más vergonzoso cuando aparece la primera referencia a Javiera Mena, con esos arreglos de cuerdas casi hurtados a los de  “Hasta la verdad” (de Mena, 2010). Aquí comienzan a aparecer serios indicios de imitación, antecedentes que se comprueban con el paso de los minutos cuando la mímica se vuelve obscena, sobre todo en “Que se acabe el mundo, por favor”, corte en el que Anwandter copia el tono de voz de la cantante para despacharse unos “de ti” que parecen salidos de un papel calco. Como si con esto no bastara, el ex Teleradio Donoso, cual mimo, retoma la batería utilizada por su colega en “No te cuesta nada” para escribir su propia versión en “Tormenta”, la balada principal de Rebeldes

Destacar estas conexiones entre Anwandter y Mena –o mejor dicho, los intentos del primero por sonar igual a la segunda- no busca menospreciar la influencia de tal o cual artista en el proceso creativo del cantante, pues sería ridículo no reconocer que la música popular funciona  según la constante del copiar/pegar. Señalar cómo el autor de “Tatuajes” se intenta mimetizar con el estilo de Mena sólo sirve para comprender, ya casi sin necesidad de mayores argumentos, que la metáfora del “Chile, nuevo paraíso del pop” –rótulo creado en España y legitimado oficialmente en Chile por la SCD en la última versión del Pulsar- no es más que un penoso espejeo entre cantantes vinculados a un pequeño sector de la música nacional.

Otro detalle no menor es la escasez de ideas que inspiran las canciones de Rebeldes. Como buen exponente de su generación, Alex Anwandter se escuda en historias basadas en un sinfín de divagaciones que no conocen otros espacios más allá de la cama, el velador o con suerte la esquina. Tal como ocurría en Odisea­ –en donde Anwandter se enfrascó en una represiva reflexión sobre la ciudad sin nombrar una sola calle-, el cantante vuelve a demostrar la pobreza de su imaginario al relatar dramas de pasillo o anécdotas amorosas de lo más desabridas. Asimismo, la poca destreza de este autor se transparenta cuando el abismo que separa su discurso íntimo con el del mundo exterior  encuentra una salida a partir de las drogas y su famosa piscina de ketamina, además de esa imagen seudo impactante de su “brazo morado”.

En otras palabras, las letras de Anwandter asombran por su debilidad y por querer legitimar a toda costa su “pop desprejuiciado”. De hecho, no está demás insistir en que su narración se vuelve aún más opaca al insinuar cierta ambigüedad sexual, un elemento que en su disco anterior alcanzó un estatus mucho más evidente y abiertamente andrógino. En este caso, en cambio, el cantante juega a dedicar  versos a un otro masculino/femenino como si en ese movimiento se escondiera una especie de trasgresión o  valentía (o tal vez esa rebeldía que no aparece por ninguna parte).

Desprovisto de buenos momentos e influenciado por trabajos chilenos mucho mejor logrados, Rebeldes ubica a Alex Anwandter en un terreno peligroso, dominado por la copia y la sumisión a las reglas de lo que debe ser un disco pop. Por eso, vale la pena preguntarse si es que entre tanto ir y venir, entre tanto inventarse apodos y olvidar su nombre, el cantante no logró más que perder su propio rumbo. Porque si algo queda claro es que aquí no hay indicios de un proceso creativo de reinvención o búsqueda, sino que sólo hay huellas de un autor que no sabe para dónde va la micro.

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