lunes, abril 09, 2012

Alamedas – Romeo




Un ambicioso esquema es el que trata de completar Alamedas en Romeo (2011), su cuarto disco oficial. A la realización de un rock cada vez más prolijo, el grupo liderado por Alejandro Gómez suma la intención de hacer de sus creaciones un punto de inflexión, un espacio de reflexiones contundentes capaces de proponer problemas o, al menos, algún tipo de cuestionamiento sobre estado de las cosas. Pero el resultado es disparejo si se consideran las historias que aparecen en estas nueve canciones.

Como abunda en la música popular, gran parte de Romeo está al servicio de experiencias individuales o  anécdotas sin mayor sentido que pueden hablar al mismo tiempo del amor, de las relaciones, de la existencia o de un futuro esperanzador. “Ya sabes” o “Puesto” expresan ese estilo errante que divaga entre diversas ideas paralelas. “Monumentos” es otro ejemplo, y el más sorprendente de todos, pues en esta canción el trío nacional es capaz de ensamblar una crítica al colonialismo con la diversión y unos “mijita rica” como broche final. ¿Qué es eso? ¿Una simple muestra de absurdo? No es tanto eso, sino que más bien se trata de una evidencia clara del rock nacional bizco, capaz de visualizar con un ojo algunas intenciones más o menos profundas, mientras que con el otro se mantiene atento a los lugares comunes del formato. 

Mejores resultados logran en “Sin que te lo pida” y “Sigue”, dos cortes románticos que además convencen con una estructura simple y efectiva, tanto como “Otro mundo” y “Alturas”, este último con el llamativo aporte de un saxo.

No obstante, Alamedas cae en otro vicio: utilizar su repertorio para deslizar un breve reproche a las audiencias. “Deja de lado sólo por un momento esas canciones que ponen en la radio y presta atención hacia nuestro lado. Maduramos tres años para hacerte un regalo”, dicen en “Solo entonces”, en una jugada inexplicable  si se considera la relación actual entre autores y públicos. Esta recriminación, tan innecesaria como pretenciosa, aparece justamente en los minutos finales, cerrando una producción zigzagueante y que no esconde su naturaleza infantil.

Si bien es cierto que Alamedas logra firmar su trabajo más conciso, no es falso añadir que Romeo deja pendiente una muestra más concreta de su crecimiento, pues hasta ahora sólo se reconoce a una  agrupación sólida, fiel al rock más popular, pero que no es capaz de sostener un discurso acorde al paso de sus años. 

Crítica publicada en El Ciudadano (impreso, abril 2012)

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Jano – Ay, bonita!



Jano Soto (Alejandro Kemp), figura que hace más de quince años hizo lo suyo en el rock nacional con canciones como “La luz del cuerpo” o “Ella siempre”, vuelve a ser noticia como Jano y Ay, bonita! (2011), un disco en donde no sólo hay un retorno, sino que también una regresión. Aquí el cantante adopta una estética de hace casi medio siglo atrás para escribir diez piezas híbridas, que suenan entre el rock y la balada surf, que no temen mezclar rockabilly con pasión cebolla, o dicho de forma más elemental, se mueven de igual a igual entre los Beach Boys más tradicionales y el Zalo Reyes más lacrimógeno. 

Jano no oculta este tipo de influencias y en el despliegue de esta media hora las asume y las reinterpreta con humor. El resultado cautiva y cada corte logra su objetivo: sonar como los antiguos éxitos del corazón, esos relatos de amores adolescentes con  estribillos memorables y melodías instantáneas. “Cerquita mío” –el estupendo promocional del álbum-, “Nadie como tú” o “Otra vez me equivoqué” son composiciones entretenidas, llenas de segundas voces que acompañan el tono de Soto y en las que se reiteran los más célebres tópicos radiales: el amor que enloquece, el sentimiento avasallador, el papel del amante borracho, el bobo suicida y medio machista, el loco desdichado, etc. 

Pero al asumir un rol de impecable crooner (que no recurre a ningún exceso vocal, pues prefiere la serenidad y la calma, y que cuenta con el soporte de una contundente banda tras de sí), Jano no se limita a copiar a los clásicos. Así, en “Toma el tren” escribe una balada rock con impronta actual; de “Vive tu vida aquí conmigo” hace una fiesta latina o en “Desdichado” y “Sólo te pido que, al menos, me dejes tu corazón” entrega nuevos aires al romanticismo local. Con eso demuestra que este evidente homenaje a un pasado ingenuo y bonachón también es una oportunidad bien aprovechada para volver a las pistas con algo más que nostalgia.

El aporte de Ay, bonita!, en consecuencia, está en convencer con una idea que no pierde lógica a medida que se desarrolla y que opta por un sonido simple y un lenguaje coloquial para reinterpretar las raíces de la canción romántica. Sin duda, una grata sorpresa. 

Crítica publicada en El Ciudadano (impreso, abril 2012)

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miércoles, abril 04, 2012

Natisú - Deshabitar



Un recorrido por distintos estados de ánimo es el que propone Natalia Suazo en Deshabitar (Independiente, 2012), su primer trabajo oficial como Natisú. En este proyecto, la cantante hila escenas de corte personal para referirse a las frustraciones, los anhelos y las proyecciones de una intimidad ambivalente, siempre cargada de luces y sombras. Ese contraste se afirma en una producción que saca partido a la atractiva voz de Suazo y que sobresale por la variedad de arreglos que aparecen en estas diez canciones.  

Aprovechando los recursos clásicos del pop más oscuro –la fuerte presencia de guitarras y distorsiones, pesados ritmos de bajo y batería, sutiles arreglos electrónicos-, Natisú disfraza su impotencia en “En esta parte del deseo”, “Rituales” o “Al encuentro”, cortes en los que su voz se retuerce entre tonos cándidos y gritos que se escuchan liberadores. Sin embargo, la evidente carga dramática de estas piezas siempre oculta un dejo de optimismo, tal como lo demuestra “Polillas de la tarde” y la sentencia “hay nuevos modos, nuevos medios, nuevos aires. Siente los dientes y masquemos esta realidad”, una de las líneas que define la naturaleza conciliadora de esta entrega.

Por eso, son  otras las canciones que abren nuevas posibilidades al debut de Natisú. Y justamente son las que menos abusan de esa fachada sombría y las que más se acercan a la simpleza de lo acústico. En entre ellas, “Miles de ciudades” y “Deshabitar”, dos baladas al servicio de la incertidumbre. Aquí, la cantante da un giro para sostener un interesante cuestionamiento sobre la seguridad y el buen vivir, aspirando a cambiar las formas y a abandonar los roles que asumimos como dignos o beneficiosos. Con eso, logra que su narración supere –al menos en parte- el lugar común de las divagaciones personales, casi siempre amorosas.

Es evidente que Natisú busca acercar la música popular a terrenos menos convencionales o al menos proponer una dosis de penumbra al formato pop. Aunque le resulta, la forma en este caso resalta tanto como las ideas que desarrolla en cada canción. Esa es la mayor fortaleza de Deshabitar: transformar un estilo, un sonido, en un mensaje que debería sorprender en próximas publicaciones.
 

Esta crítica fue publicada en Nacion.cl

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