Alex Anwandter rompió el cascarón. Eso es lo único atractivo detrás de Odisea, su debut sin Teleradio Donoso. El disco representa el interesante cambio de un autor que parecía muy cómodo en la fórmula del pop romántico y la guitarra tradicional y que ahora dice moverse como pez en al agua con la electrónica y el uso de las máquinas. Es el despertar del niño raro que siente el pico del demonio en la oreja, como se escucha al final del álbum. Por eso, si algo tiene de sorprendente “Odisea” es que aleja a Anwandter del andar cansino de su generación (casi siempre entrampada por años en la creación de un primer disco), y de paso no siembra dudas sobre su talento para elaborar canciones, porque en poco menos de un año fue capaz de desvestirse de su banda anterior para armarse un caricatura nueva. Eso es indiscutible. Lo interesante es pensar cuál es el sujeto que ha emergido durante este tiempo, cuáles son los temas en que se ha obsesionado y cómo los traspasó a letra y música.
En ese sentido hay mucho paño que cortar. Por ejemplo, el sonido que se sintetiza en “Cabros” es la señal clara y bien pensada del primer single de todo buen popero: electrónica que invita al baile más manipulación de sonidos y estribillos bien colocados. Muchos dirán que en Teleradio Donoso también habían de esos ingredientes, pero es ahora cuando Anwandter los ha llevado a un límite que depende de su creación individual: “Odisea” es un trabajo autista, armado de diez canciones híper producidas, todas escritas y operadas por el cantante. De hecho, en la información que está llegando a prensa ese es el factor que más se destaca: el don de Anwandter para sostener por sí mismo extensos cincuenta minutos. Al margen de ese detalle –no menor-, “Odisea” está marcado por la electrónica bailable, el funk, el soul y en general el sonido del pop contemporáneo revestido de vintage. En paralelo, si pensamos otra vez en “Cabros”, las letras del cantante han saltado de la voz que describía las relaciones hombre-mujer (Teleradio Donoso siempre se vendió como una banda heterosexual) al autor que se ubica en un espacio determinado y que nos quiere contar algo que sobrepasa la anécdota dramática.
Alex Anwandter se atrevió con “Cabros” a publicar una canción que en apariencia llora la soledad y que llamaría a la creación artística, pero en la que además hay magníficos detalles que transparentan la personalidad del resto del álbum y el temperamento de su autor. “Cabros, amigos, ¿adónde están?” se pregunta Anwandter en los primeros segundos, para después contestar y autodefinirse como un personaje clave de una nueva historia -¿la de la música chilena actual?- cuando se jacta de “quedamos dos y éramos veinte”. La melancolía por las amistades perdidas, entonces, es falsa y más se acerca a la burla de aquel que superó al grupito de origen para preguntar con petulancia dónde quedó el resto que supuestamente era tan parecido a él. La doble intencionalidad de “Cabros” se esconde en una estructura musical perfecta, un hit deliberado y efectista. Al mismo tiempo, el single también saca a relucir el eje temático de “Odisea”: la ciudad. La referencia alcanza un clímax desconcertante cuando el autor grita a todo pulmón: “Amigo, adónde estás/ aquí ya no doy más/Mientras vuelves hacemos temas ¡prendamos fuego a La Moneda!”. Hasta la fecha, Anwandter es uno de los pocos solistas chilenos –quizás el único en las arenas del pop- que se atreve a manosear una imagen transcendental en la historia política del país, acercándose a la idea de la destrucción como paso necesario para la creación musical. A fin de cuentas, destruir para crear, abolir para emerger. Pero bajo qué lógica. ¿Cuál es la militancia de Anwandter que cree que hay prenderle fuego a La Moneda para traer el progreso?
Como es lógico, en el resto del álbum abundan metáforas sobre la ciudad y sus habitantes. Y el tono es tan contemplativo como quejón; hay lugar para un supuesto análisis sobre el escenario urbano (“Casa latina”), pero también para el grito hacia esa caja de resonancia y de caos que sería el exterior (“Batalla de Santiago”). Esto se escucha clarito en “Nuestra casa de violencia”, con su título evidente y el lamento de Anwandter que casi llora porque cada día se vuelve más violento al despertar. También aparece en “Juventud”, canción en donde el delirio persecutorio crece al nivel de los periodistas de programas como Contacto o En la Mira con los gritos de “¡Mañana! ¡Usted será asesinado!”. Lo mismo ocurre en una balada que podría pasar colada, como “Los gatitos hermanos ¿se reconocen después de años?”, pero que esconde la pregunta clave: “¿Podrás avanzar si Chile te prohíbe / siempre ser el ser sufriente que te gusta ser hoy?”. Otra vez, Anwandter no se anda con niñerías cuando intenta meter el gol del autor con visión de mundo. La referencia a Chile no es soterrada, es frontal, pero también es hipócrita, pues intenta armar a toda costa la personalidad de ese protagonista maldito que hoy está más cerca del llanto que del baile. ¿No era ésa la dicotomía favorita de Anwandter?
Todas esas señales arman un hilo conductor que define la estructura de “Odisea”: un disco alienado en su mismo reproche, obsoleto en la fingida novedad de empecinarse en criticar la ciudad desde un punto de vista individualista y además pasivo, en tanto siempre se trata del lloriqueo de un sujeto que se siente atacado por la otredad (la gente, la ciudad, los autos, la vida maquinal que describe en “Una nueva vida”). La pregunta cae de cajón, entonces: ¿De verdad un autor arriesgado puede acercarse a la idea de cuidad de este modo tan reduccionista? Como pocos, Anwandter y este alías Odisea es la representación de un cinismo atractivo y convincente en su formato pop, pero enraizado en una discursividad decadente, conservadora, plana y totalmente hipnotizada por ese relato añejo que habla de la ciudad como la selva de cemento en donde sólo sobrevive el más fuerte.
Finalmente, el pop que se está editando en Chile encuentra en Odisea un ejemplo paradigmático. Por una parte, el sonido es la acumulación de recursos sonoros oídos y recontraoídos, un vintage remasterizado que en sí mismo no representa una revolución ni un ejercicio de producción que supere la pirotecnia. Por otro, el discurso juguetea con temas “distintos” o “poco convencionales” si pensamos que la tradición pop está dominada por los mitos del amor y los versos terminados en tú y yo. Sin embargo, en el caso de Alex Andwanter y su manía por hablar de la ciudad y las calles, lo que se cuenta en “Odisea” no es más que la visión particularmente centralizada de un sujeto que no conoce más allá de las Essos y que reduce la ciudad a los bocinazos, los gritos, la bulla, el gentío, la barbarie. Como una y otra vez se escucha en el disco, Santiago – porque no existe otro lugar geográfico en la mente del autor- es ese basurero maldito en donde ocurren los peores acontecimientos de la humanidad. Ese es el nivel, es esa la mirada que se vende en apariencia asociada con el contexto, idealmente comprometida con una realidad específica, pero que no rompe la frontera del arrebato de un urbanita vago que se queja una y otra vez de lo macabro del sistema, pero que se baña feliz en sus piscinas de metadona y que para no parecer desencantado se declara un amante de la ciudad como escenario y circuito: “Nuestra casa de violencia, cosa más hermosa”, finaliza. En resumen: la vuelta de chaqueta en estado puro y duro.
Esa ambivalencia de Alex Andwanter es la demostración del discurso absurdo y barato tras “Odisea”. Lo que resta es observar como el disco podrá definir a una nueva generación de autores que sin importar el lugar de producción –apoyado o no por Oveja Negra, que si regala o no el disco por Internet- está trabajando por agregar uno que otro ladrillo a la fachada pobre y sin fundamentos que es el pop chileno. El punto es, ¿es este el discurso que estamos buscando cuando hablamos de pop nacional? ¿Son estas las temáticas y los creadores que estamos fomentando cuando exigimos que la guitarra y la fogata cedan espacio a otro tipo de manifestaciones? El panorama no se ve para nada esperanzador, a menos que aceptemos que lo que se viene es fiesta, es multicolor, es el cambio de apariencia –el mismo que sufre Andwanter al pasar del nerd que tenía que fingir en Teleradio Donoso, al andrógino con pantalones nevados de Odisea-, es el éxtasis que dura un par de minutos, pero que sigue siendo un terreno sin discursos potentes ni creadores que logren sostener obras musicales coherentes con lo que supuestamente desean comunicar.
1 Comment: comentarios:
no he escuchado el disco, pero puta que odias a andwanter.
saludos,
manuel
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