Tuvo que pasar mucho tiempo para volver a escuchar a Christina Rosenvinge en español. El año pasado adelantó un poco su regreso, con el magnífico disco junto a Nacho Vegas, el hombre que hoy alimenta los comentarios más sabrosos sobre ella y sus letras, su relación, las adicciones e incluso sus posturas sexuales. A mí me gusta el chisme sobre ellos, pero en varios cortes de este disco pesan (para algunos) más que las propias capacidades de la Rosenvinge por hacer buenas canciones. Pasa que entre tanto comentario, la cantante -una vez más- tiene que superar la figura masculina dentro de su propia discografía: antes fue Alex de la Nuez, después Ray Loriga en la etapa de Los Subterráneos y en los años anglos, la supuesta mano que le dieron los Sonic Youth. Será que ella lo busca o nosotros lo acentuamos, pero por alguna razón Christina Rosenvinge no es alabada como interprete y compositora. Siempre se dice que está bien, que hay algo, que sus discos funcionan, pero para terminar con la indiferencia está “Tu labio superior”. En el disco hay varias razones para engancharse a ella y revisitar sus antiguos trabajos, sobre todo “Que me parta un rayo” de 1992.
La simple escucha del nuevo disco sorprende por una detallada producción. Hay guitarras delicadas, pero también rock de ese que la volvió popular; presencias justas de pianos y susurros, incluso coros masculinos en donde vuelve a aparecer Nacho Vegas. Fuera de aquellos detalles técnicos, en este disco Rosenvinge define una nueva manera de responderle al mundo. Si antiguamente se pasaba las canciones llorando por el abandono, tratando de vengarse incluso con versos infantiles, ahora es ella quien provoca y altera su entorno. No se podría esperar menos de una mujer ya crecida, aunque en su poesía la experiencia no es sinónimo de rígida madurez. A su alrededor siguen las farsas, las relaciones de poder entre dos, la soledad y el engaño, pero ella ya no es la que sufre todo eso. En “Tu labio superior” Christina Rosenvinge toma las riendas de todo, de lo cursi y lo crudo (Tu boca), enseñando que el amor es mejor vivirlo (Negro cinturón) que juzgarlo (Anoche). No se hace atados al decir que es la rompe hogares (Nadie como tú), la que está sobrando o criticar la patética figura del hombre tradicional (Animales vertebrados). Todo eso en un disco lleno de rimas fáciles, pero encantadoras, donde los sonidos siempre encajan y en el que una vez más Christina Rosenvinge une su figura pulcra y deslavada al servicio de canciones pop que rondan las zonas menos exploradas del amor.
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