En pleno apogeo de los solistas nacionales hace
un par de años, Ricardo Santibáñez debutó en 2010 con el apodo de Geosónica y
el disco Extrapolar (Independiente),
un trabajo de pop discreto y que mezclaba programaciones electrónicas con la
tendencia acústica de la época. Después de dos años, el autor oriundo de Osorno
vuelve con El influjo (Independiente),
una demostración de su gusto por la producción de estribillos memorables,
aunque con marcados vicios en su relato.
Algo que caracteriza a las doce canciones de
este álbum es la variedad de instrumentos que las sostienen; a la tradicional
guitarra se suman baterías, percusiones, saxo, y otros arreglos que prueban la
evolución del cantante a la hora de estructurar sus composiciones, logro que
abre una notoria brecha en comparación a su debut. Buenos ejemplos son “Vidas
paralelas”, “Mil horas”, “Panamá” y “París”, cortes ricos en sonidos y en los
que el chileno escarba con destreza en sus historias íntimas.
Pese a estos momentos, en el disco también
abundan narraciones zigzagueantes que no
consiguen dar coherencia a la poesía de Geosónica. Así sobran las ensoñaciones y
los versos románticos conectados mediante rimas toscas, tal como se escucha en “Fuego,
casas y recuerdos”, “Parque” o “Nuestra luna”. Por tanto, la poca claridad de
los motivos del cantante –evidentemente amorosos, pero hilados a la fuerza-
hacen que gran parte de este repertorio insista en menciones obvias sobre las
relaciones, la melancolía o la alegría.
En conclusión, las referencias sentimentales que
aparecen una y otra vez en el disco impiden que las buenas melodías de El influjo salgan bien paradas. Esos
tropiezos hacen del osornino un creador en crecimiento, pero aún atorado en un
estilo que –al menos en Chile- ya está
sobrepoblado.
Crítica publicada en Nacion.cl
0 comentariosComments:
Publicar un comentario