sábado, diciembre 31, 2011

Horregias - Pasarela Fracaso


Breve, rudo y precario. Así es Pasarela Fracaso (Coraje Records, 2011), el debut del trío local Horregias, banda que le saca partido a la inmediatez de sus canciones, a sus letras calentonas y a la simple producción de las piezas firmadas por Horridia (Carolina Díaz, guitarra), Feocia (Daniela Schälchli, bajo y voz) y Nefasta (Yumbel Góngora, batería en la grabación del disco) para levantar un homenaje a la cara más sucia del amor y las relaciones personales. Al hacerlo, las chilenas se escudan en el humor negro y en la combinación más clásica del punk  para reírse del sexo, la fidelidad y cómo no, la femineidad.
 
En casi veinticinco minutos, el disco presenta diez cortes –un interludio inicial, ocho originales y un remix- comandados por Feocia, voz que en “Sopa de amor” introduce el gusto por su amante borracha, mojada y que la estimula con su arranques de furcia. Versos como “llega un mensaje que dice ‘vente’, parto rancia a verte/ Y en tu casa la cortina cerrada, una invitación a la cochinada”, describen las aventuras de estos personajes que también lucen en sus cuerpos los estragos de algún roce furtivo (así lo insinúa la cómica “Herpes”). A su vez, las distorsionadas “Ojitos azules” o “Un número de mala suerte” también funcionan como mofas sobre el romance ideal. 

Sin embargo, los mejores momentos del trío llegan con “Mujer” y “Amor vertedero”. En la primera, las chilenas juegan a escribir un panfleto anti misoginia  que puede sonar tan banal como irónico (incluida la referencia a Pilar Sordo, por ejemplo), enumerando características que tienden a encasillar a la mujer: ser rudas y frágiles, el dar vida y comida o que gracias a ella existe el agua mineral de colores.  Mientras, en la segunda, Horregias asumen el placer del engaño y la sumisión, dos condiciones que para ellas definen la única forma de enamoramiento.
 
A través de un ritmo acelerado, estas canciones  componen la sensibilidad de un grupo que logra sonar punk sin caer en gritos ni en pataletas innecesarias, y que además no se inventa un espacio neutro  –como abunda en el imaginario nacional-, sino que opta por ubicar sus canciones en Santiago, con referencias a Renca, Pedro Aguirre Cerda o San Bernardo. A eso se suma la poca precisión formal y técnica de Pasarela Fracaso, rasgo que sella un estilo que aún requiere de mayor prolijidad en su presentación, pero que cuenta con narraciones y motivaciones que superan la media de los estrenos chilenos.
 
En tiempos donde la frivolidad y el hedonismo son ensalzados como valores que aseguran el éxito de los músicos nacionales, el primer trabajo oficial de Horregias destaca por encarar la sexualidad y las historias románticas sin ambigüedades ni metáforas al voleo. Sin duda, una pequeña y oportuna muestra de activismo.
 
Esta crítica fue publicada en Nacion.cl

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viernes, diciembre 23, 2011

Ana Tijoux - La Bala




La expresión de un discurso íntimo y a la vez social a través del hip hop era una tarea pendiente para Ana Tijoux. Después de debutar en solitario con un deficiente Kaos (2007) y tras caer en innecesarias autobiografías en 1977 (2009), la cantante nacional parecía atrapada entre las historias amorosas más comunes del pop y los clichés de un rap prefabricado e individualista. Así, la sorpresa de su más reciente trabajo, La Bala (2011), está en superar esos límites para proponer un estilo que altera y reorganiza  los referentes del hip hop para  transmitir un estado de ánimo rabioso y que destaca por un sonido lleno de contrastes.

Desde las marchas fúnebres que abren el disco con la brillante tríada de “La bala”, “Shock” y “Desclasificado”, pasando por el humor  y las programaciones de “Las cosas por su nombre”, hasta el soul de “Mi mitad” y “Volver”, lo nuevo de la ex Makiza sorprende por una producción que logra fusionar de buena manera la presencia de vientos, cuerdas, baterías y guitarras eléctricas. En vez de despistar, esta diversidad de arreglos otorga coherencia y equilibrio a los once cortes de este trabajo, disco que en cuarenta y cinco minutos refleja la actual preferencia de Ana Tijoux por  los violines, las trompetas, el piano y el violoncello.

A su vez, estas atractivas composiciones son respaldadas por rimas que amplían la visión de la autora y que la hacen dar un paso fuera del ego inmenso que abunda en el rap nacional.  Y es que en La Bala se distinguen evidentes ejercicios líricos que apelan a recoger cierta desilusión en el ambiente, aire impregnado por el fin de la fantasía que por años encegueció (y sigue cegando) a gran parte de la música popular chilena: la  promesa de equidad e igualdad social que hoy padece en estado crítico.

Canciones como “Desclasificado” confirman esta tendencia cuando se escuchan los versos “Todo me delata, mi pelo mi facha / ¿Cuál es la justicia cuando siempre se te tacha?” o  en “Las cosas por su nombre”, momento en que Tijoux parece aturdida al entender que las puertas del progreso nunca estuvieron abiertas para todos. Ese despertar  se resume en “Shock” –el  mejor promocional de la chilena en años-, un corte que consigue traspasar la  coyuntura estudiantil (aprovechada con cierta obscenidad en su respectivo video) para describir el laboratorio económico y político del Chile de las últimas cuatro décadas. 

Es cierto que en el álbum también hay puntos bajos –las románticas “Quizás”  y “Las horas”, además de la caricatura urbana tipo Calle 13 de “Si te preguntan” -, pero la serie de menciones a la violencia del mercado, la fuerza de los anónimos y el repudio a la autoridad dan cuenta de un intento por levantar historias, sumar metáforas, crear personajes y abandonar, al menos por una vez, el relato deslavado de la canción en primera persona. La rockera  “El rey solo” o la épica “Sacar la voz” lo demuestran.

Al margen de la etiqueta mediática de la indignación y sus productos derivados, el último trabajo de Ana Tijoux es un ejemplo indispensable para entender  cómo la decadencia de las instituciones por fin se empieza a colar entre autores nacionales de amplio alcance. De paso, La Bala también consolida la evolución de un sector del hip hop nacional que busca refrescar su sonido, abriendo la ventana a nuevos estilos y recursos instrumentales.

Esta crítica fue publicada en Nacion.cl

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martes, diciembre 13, 2011

Astro – Astro





En su debut oficial y homónimo, el cuarteto nacional Astro pretende escribir un pop contemplativo, heredero de ese antiguo afán psicodélico en donde el trip se pensaba como la llave maestra para acceder a nuevas formas de pensamiento y de vida. Sin embargo, aunque hay un intento explícito por transportar al auditor a tierras exóticas mediante historias fantásticas, la estética hippie de Astro se agota en la mitad del ejercicio iluminador, ya que los chilenos sólo se dedican a narrar la vivencia alucinógena al natural, sin ahondar en composiciones que superen el hit bailable y que encarnen cierto grado de reflexión.

“Ciervos”, el corte que presenta el disco, resume el gusto por entretener que Astro había anunciado en su discreto Ep de 2009, “Le disc de Astro”. La pieza funciona gracias a esos pegadizos “A-E-O” y el sonido sigue las tendencias que fusionan elementos de la música dance, la psicodelia y los ritmos tropicales. El equipo formado por Andrés Nusser (voz, guitarra, sintetizador), Octavio Cavieres (batería), Nicolás Arancibia (bajo, percusiones) y Daniel Varas (teclados) no se mueve de ese cómodo lugar, firmando un trabajo de pocos contrastes y en donde la reiteración de metáforas y de arreglos concluye en un producto monótono y a ratos absurdo.

Todo parte cuando Astro opta por contar historias donde circulan vacas, osos, tortugas, camellos, elefantes, llamas y víboras. Al referirse una y otra vez a estos seres, la banda se pierde en zoomorfismos cercanos al ridículo, tal como ocurre en “Columbo”  con esa intención de ser conejos expresada en los versos  “con mis orejas de plástico me voy a infiltrar / seré un felpudo blanco / oh papapá!” o “Volteretas” y las líneas “haz volteretas infinitas / rapidísimas hacia el cielo / como un armadillo hecho bola / disparado con un cañón”. El grupo insiste en este tipo de escenas en “Pepa”, cuando el vocalista grita “¡comete una pepa! / y  ten tu propio bosque / lleno de animales”, dejando entrever sin sutilezas la doble intencionalidad de sus letras.

Para dar coherencia a las narraciones del disco, la banda combina programaciones con baterías, fusiona teclados y sintetizadores, distorsiona  guitarras e intervienen la voz de su cantante y líder, Andrés Nusser, hasta volverla  ininteligible. Esta es la peor jugada de todas, pues lo que pudo ser una producción rica en arreglos y desafiante en términos sonoros (dada la cantidad de menciones al mundo salvaje de las letras) no es más que  una mezcla poco equilibrada de instrumentos que impide la comprensión de lo cantando. Incluso la breve “Druida de las nubes” o la oscura “Nueces de Bangladesh” –dos canciones que podrían marcar la diferencia entre el resto del repertorio- no consiguen potenciar el afán extravagante de “Astro”.

Esa es la gran debilidad del primer trabajo de los locales: describir la experiencia psicodélica sin atrevimientos sonoros y sin contar con un relato que supere las ansias por escapar y llegar al oasis. “Manglares”, una canción que invita a viajar al paraíso lleno de animales, concentra el perfil de una banda que fantasea con imágenes sacadas de un safari, pero  que es tan literal  que no procesa conceptos, no crea metáforas ni excava en las oportunidades de sus instrumentos para levantar un sonido provocador. Ese es el límite de Astro y suponer otra lectura de sus canciones negaría la propia raíz psicotrópica que los motiva.

Ingenuos creadores de un bestiario que tambalea entre lo cómico y lo vergonzoso,  Astro se empantanan entre los triangulitos caribeños de sus alucinaciones, pero a cambio publican un disco lleno de monos, caballos y ardillas. En resumen: pop de parvulario, bailable y pegote, que se estancó en una extensa anécdota drogona.

Esta crítica fue publicada en Nacion.cl

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