Durante la Semana Santa recién pasada, el
compositor nacional Juan Pablo Abalo liberó "Canciones de misa", su nuevo disco. La fecha elegida
para estrenar su tercer trabajo no pudo ser
otra. Por esos días, la portada del álbum en donde se ve a dos niños junto a un
hombre disfrazado de conejo de Pascua cobraba un sentido especial; ingenuidad,
creencia y perversión se fundían en la imagen central de este esfuerzo por
encarar a través de la canción breve las sórdidas historias protagonizadas por
representantes de la Iglesia.
Demostrando su inclinación por el minimalismo, el
autor escribe ocho canciones comandadas por el sonido de la guitarra tradicional,
textura que poco a poco, y a medida que avanzan los segundos en cada corte, se
va ensanchando gracias a arreglos de cuerdas y vientos. Así, “El pastor”
–canción inspirada en Fernando Karadima-, se estructura según el sonido de las
seis cuerdas, mientras que en “El suicidio”, “Procesiones” o “Ausente”, la
guitarra cede espacio a percusiones, bajos o sonidos de órgano y piano. El resultado de esta instrumentación
simple, pero a la vez detallista, entrega solemnidad a relatos que hablan de dominación
y angustia.
En tanto, la voz ceremoniosa del cantante, consigue traspasar cierto rigor
a estas historias, hasta impactar en “La confesión”, cuando interpreta a
víctima y victimario en los tres minutos
más dramáticos de la obra.
Aunque Abalo no eligió una temática desconocida,
su gesto es inédito en el panorama musical actual, pues
elabora un disco conceptual sobre una
temática naturalizada como información de prensa, pero que esconde un revés
putrefacto, en donde pesa la fe y los vínculos de poder económico. En ese
nivel, “Canciones de misa” golpea dos veces: por un lado nos restriega lo más
oscuro de un sector de la sociedad, y por otro, nos recuerda que la canción popular
sí puede superar la palabrería ególatra y superficial a la que estamos
acostumbrados.
Crítica publicada en El Ciudadano (impreso, mayo 2012)
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Cuando Los Embajadores publicaron la canción
“Su merced” en el primer compilado del sello Michita Rex del año 2010, las
expectativas en torno al grupo surgieron por la mezcla de lamento y
romanticismo que firmaban, la presencia de una pareja de vocalistas –algo nada
usual en el país- y la tendencia a la oscuridad de su sonido. Sin embargo, con
la reciente edición de “Faisanes”, el debut oficial de la banda, la calidad de
la propuesta a cargo de Danae Morales, Cristóbal Gajardo, Sebastián Sampieri,
Felipe Lagos y Walter Roblero comienza a tomar forma concreta.
En poco más de media hora, las diez canciones de
esta producción arman una interesante versión de dream pop; gran parte del disco está dominado por melodías
cansinas, que combinan percusiones no tradicionales (metales, ruidos de ambiente
y de animales) y programaciones electrónicas que elevan el pulso, tal como ocurre
en “Peso” o en “Compañía del novio”, dos cortes en donde Morales sobresale
gracias a una voz pálida e hipnótica. También “Faisanes” y “MDV” refuerzan esa versatilidad
sonora y completan un marco de relatos tormentosos.
La emoción contenida de Los Embajadores alcanza
niveles estremecedores en las épicas “La
doble vida” y “Mucha fe”, piezas en las que Gajardo (también conocido por su
proyecto Voz de Hombre) destaca por su capacidad para transformar lo dramático
en heroico. Asimismo, “Amigo realidad” y “El sueño de una muñeca malvada” exponen
una personalidad que cavila entre el fracaso y los anhelos de un sujeto que dice
no querer “volver a trabajar en lo que me mata” y que sufre por la asociación
entre el comercio y su billetera.
Con sutileza, esas insinuaciones hacen del
relato de Los Embajadores un espacio en donde los sentimientos no se miden por
la carga melodramática de las insinuaciones amorosas. Por tanto, el primer
trabajo del quinteto convence por sus matices sonoros y también por un discurso
que los aleja –afortunadamente- de sus coterráneos.
Crítica publicada en El Ciudadano (impreso, mayo 2012)
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