Durante la Semana Santa recién pasada, el
compositor nacional Juan Pablo Abalo liberó "Canciones de misa", su nuevo disco. La fecha elegida
para estrenar su tercer trabajo no pudo ser
otra. Por esos días, la portada del álbum en donde se ve a dos niños junto a un
hombre disfrazado de conejo de Pascua cobraba un sentido especial; ingenuidad,
creencia y perversión se fundían en la imagen central de este esfuerzo por
encarar a través de la canción breve las sórdidas historias protagonizadas por
representantes de la Iglesia.
Demostrando su inclinación por el minimalismo, el
autor escribe ocho canciones comandadas por el sonido de la guitarra tradicional,
textura que poco a poco, y a medida que avanzan los segundos en cada corte, se
va ensanchando gracias a arreglos de cuerdas y vientos. Así, “El pastor”
–canción inspirada en Fernando Karadima-, se estructura según el sonido de las
seis cuerdas, mientras que en “El suicidio”, “Procesiones” o “Ausente”, la
guitarra cede espacio a percusiones, bajos o sonidos de órgano y piano. El resultado de esta instrumentación
simple, pero a la vez detallista, entrega solemnidad a relatos que hablan de dominación
y angustia.
En tanto, la voz ceremoniosa del cantante, consigue traspasar cierto rigor
a estas historias, hasta impactar en “La confesión”, cuando interpreta a
víctima y victimario en los tres minutos
más dramáticos de la obra.
Aunque Abalo no eligió una temática desconocida,
su gesto es inédito en el panorama musical actual, pues
elabora un disco conceptual sobre una
temática naturalizada como información de prensa, pero que esconde un revés
putrefacto, en donde pesa la fe y los vínculos de poder económico. En ese
nivel, “Canciones de misa” golpea dos veces: por un lado nos restriega lo más
oscuro de un sector de la sociedad, y por otro, nos recuerda que la canción popular
sí puede superar la palabrería ególatra y superficial a la que estamos
acostumbrados.
Crítica publicada en El Ciudadano (impreso, mayo 2012)
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