Jugar con la ironía puede ser un ejercicio
peligroso si no se cuentan con los recursos apropiados. Sofía Oportot –actriz,
cantante y modelo que ha deambulado por proyectos tan distintos como Lulú Jam o
QuieroStar- recurre a la parodia y a la burla para escribir un capítulo más
dentro del electropop nacional en su debut en solitario, Enciérrame / Vacía
(Independiente, 2011) disco doble no supera la mala broma adornada con
jadeos, lamentos e insinuaciones
eróticas de adolescente.
Las dieciséis canciones que componen Enciérrame / Vacía se dividen en partes iguales. Las ocho primeras dibujan una
trama cándida, en donde Oportot acepta
las cadenas del amor (“Enciérrame”), se debate entre sus distintas personalidades
(“Dos chicas”) o llora la soledad con un tono infantil (“No me trates mal”).
Estas piezas se sostienen en programaciones electrónicas simples y monótonas,
las que se extienden más de lo necesario y que no ocultan la obviedad de sus
referentes (desde Pet Shop Boys hasta Britney Spears).
Un buen ejemplo de la incapacidad de la ex
chica Panoramix para transformar su combinación de electrónica y voces
intervenidas en una construcción seductora es la libre versión de “The sign”,
original de Ace of Base. Con “Señal”, la chilena se inspira en el hit noventero de los suecos y
firma el momento menos agraciado de esta producción, revelando lo forzada que
puede su voz ante una letra que busca a toda costa encajar con la melodía. Este
sinsentido (que puede parecer más o menos cómico), se vuelve una constante en lo que queda del
disco.
Ya en Vacía,
la autora da un giro en sus letras y se presenta perversa y sexualmente
desatada. Más que hedonista –rasgo imprescindible en cualquier descripción
actual sobre música popular chilena-, Oportot se escucha onanista y vulgar; así
lo demuestran “Abajo” y “Cuarto oscuro”, momentos en donde la interprete se
pega porrazos de principiante al confundir
lo erótico con lo genital.
Finalmente, sería sencillo calificar este
trabajo como un intento por reírse de los lugares comunes del pop –la eterna
juventud, los deseos de un futuro y el amor idealizado- y sobre todo como una
reinterpretación del papel de la diva, esa caricatura atrapada entre las
gesticulaciones sexuales y las baladas románticas. No obstante, suponer que
esas son las motivaciones de Oportot obliga a exigir un producto de mayor
consistencia y no estos sesenta minutos desangelados y mal maquillados.
Publicado en Nacion.cl
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