En su debut oficial y
homónimo, el cuarteto nacional Astro pretende escribir un pop contemplativo,
heredero de ese antiguo afán psicodélico en donde el trip se pensaba
como la llave maestra para acceder a nuevas formas de pensamiento y de vida.
Sin embargo, aunque hay un intento explícito por transportar al auditor a
tierras exóticas mediante historias fantásticas, la estética hippie de “Astro”
se agota en la mitad del ejercicio iluminador, ya que los chilenos sólo se
dedican a narrar la vivencia alucinógena al natural, sin ahondar en
composiciones que superen el hit bailable y que encarnen cierto grado de
reflexión.
“Ciervos”, el corte que
presenta el disco, resume el gusto por entretener que Astro había anunciado en
su discreto Ep de 2009, “Le disc de Astro”. La pieza funciona gracias a esos
pegadizos “A-E-O” y el sonido sigue las tendencias que fusionan elementos de la
música dance, la psicodelia y los ritmos tropicales. El equipo formado por
Andrés Nusser (voz, guitarra, sintetizador), Octavio Cavieres (batería),
Nicolás Arancibia (bajo, percusiones) y Daniel Varas (teclados) no se mueve de
ese cómodo lugar, firmando un trabajo de pocos contrastes y en donde la
reiteración de metáforas y de arreglos concluye en un producto monótono y a
ratos absurdo.
Todo parte cuando Astro
opta por contar historias donde circulan vacas, osos, tortugas, camellos,
elefantes, llamas y víboras. Al referirse una y otra vez a estos seres, la
banda se pierde en zoomorfismos cercanos al ridículo, tal como ocurre en
“Columbo” con esa intención de ser conejos expresada en los versos
“con mis orejas de plástico me voy a infiltrar / seré un felpudo blanco / oh
papapá!” o “Volteretas” y las líneas “haz volteretas infinitas / rapidísimas
hacia el cielo / como un armadillo hecho bola / disparado con un cañón”. El
grupo insiste en este tipo de escenas en “Pepa”, cuando el vocalista grita
“¡comete una pepa! / y ten tu propio bosque / lleno de animales”, dejando
entrever sin sutilezas la doble intencionalidad de sus letras.
Para dar coherencia a
las narraciones del disco, la banda combina programaciones con baterías,
fusiona teclados y sintetizadores, distorsiona guitarras e intervienen la
voz de su cantante y líder, Andrés Nusser, hasta volverla ininteligible.
Esta es la peor jugada de todas, pues lo que pudo ser una producción rica en
arreglos y desafiante en términos sonoros (dada la cantidad de menciones al
mundo salvaje de las letras) no es más que una mezcla poco equilibrada de
instrumentos que impide la comprensión de lo cantando. Incluso la breve “Druida
de las nubes” o la oscura “Nueces de Bangladesh” –dos canciones que podrían
marcar la diferencia entre el resto del repertorio- no consiguen potenciar el
afán extravagante de “Astro”.
Esa es la gran
debilidad del primer trabajo de los locales: describir la experiencia
psicodélica sin atrevimientos sonoros y sin contar con un relato que supere las
ansias por escapar y llegar al oasis. “Manglares”, una canción que invita a
viajar al paraíso lleno de animales, concentra el perfil de una banda que
fantasea con imágenes sacadas de un safari, pero que es tan literal
que no procesa conceptos, no crea metáforas ni excava en las
oportunidades de sus instrumentos para levantar un sonido provocador. Ese es el
límite de Astro y suponer otra lectura de sus canciones negaría la propia raíz
psicotrópica que los motiva.
Ingenuos creadores de
un bestiario que tambalea entre lo cómico y lo vergonzoso, Astro se
empantanan entre los triangulitos caribeños de sus alucinaciones, pero a cambio
publican un disco lleno de monos, caballos y ardillas. En resumen: pop de
parvulario, bailable y pegote, que se estancó en una extensa anécdota drogona.
Esta crítica fue publicada en Nacion.cl
0 comentariosComments:
Publicar un comentario